País que canta, por Mauro Marino Jiménez
No temas atisbar hacia tus sombras,
ni volver a vivir los llamados de tu memoria.
Ella te crió con su pecho, su cabeza y su poco de tierra, como un jardín donde había que sufrir y florecer todos los días.
No temas cantar al diafragma florido, que te arma con tijeras y te hace crecer en medio de la lluvia y el granizo y las inclemencias de las estrellas de plástico y las sirenas en el medio de la noche. Ellos hicieron respirar a tus ojos, para que seas testigo entre tus hermanos y viga entre sus tierras.
No temas huír por las ventanas del sueño. Atraviésalas para que lo real sea diferente al día de ayer, para que tus ojos alcancen lo que imaginaste que sería tu semilla, para que la vida te abrace sin sonrisa vicaria.
No temas subir al jardín de quienes te robaron, porque tu voz, tu vida y tus átomos estarán más alineados y serán más bellos que el canto; y tu sudor hecho barro para reconstruir la salud de quienes duermen, el amor de quienes trabajan, las miradas de quienes escriben y los oídos de los que desatan.
No temas franquear lo que estuvo antes de ti, ni estará después de que te vayas. Los buitres graznan hasta el mediodía; pero tu canto llegará hasta el rincón más remoto que escribió el tiempo y el confín más profundo que se creó en las piedras y en los mares más extensos que se hicieron con tus ríos y en las células de los que sonríen, porque nacen vivos.
Lima, 31 de julio de 2020